30/04/2023

RÍOS PERDIDOS

Por este cauce seco, lleno de abrojos y piedras, no volverá a bajar el agua. Ayer álamos, chopos, abedules, fresnos, olmos, tilos, sauces, tamarindos, emergían de la tierra rica y húmeda y atemperaban los latigazos del sol de verano. Todos tenemos un río perdido en nuestra memoria y cuando miramos aquel espacio los espejos del desierto relampaguean a lo lejos. A veces el viejo río se convierte en una charca de aguas negras donde subsisten ranas mudas y salamandras oscuras. Otras el tiempo devora la cuenca hasta que no queda ni su rastro. Yo en mi memoria tengo humedales que nos llenaban los ojos de vida cuando aparecían después de cruzar el semidesierto de Castilla o Andalucía. Las lagunas de Ruidera, las Tablas de Daimiel y sobre todo Doñana, ese humedal del sur de Europa donde los flamencos encuentran un destino en su viaje. Antes del Covid (la vida se comienza a dividir en antes y después del virus) escribí sobre Doñana en Que nadie diga que no luchaste contra molinos de viento. Las recorrí con Beltrán Ceballos, uno de los ecologistas serios que advirtieron de su desecación sobre todo por la sobreexplotación de los acuíferos.

Y también por la evidencia horadante del cambio climático y su efecto invernadero. Las palabras "desastre" y "ecología" cada día van más unidas y nos hablan de un presente difícil y un futuro distópico que no podemos esconder debajo de la alfombra. En el fondo hay un enfrentamiento, que no debería ser, entre la ecología y la agricultura. Como en Doñana, donde se seca la marisma y bulle la política estrecha. En los años cincuenta era un rincón salvaje al que iban a cazar los ricos. La marisma y el bosque eran infinitos. Las aves del norte se refugiaban allí de los fríos. Pero la llenaron de pueblos de colonización, arrozales, pinos extranjeros y canales de desecación para desarrollar la agricultura y evitar las riadas. Gente como González-Gordón, Valverde, Bernís... consiguieron que la Unesco la declarase Reserva de la Biosfera, y pararon algo la desecación.

Pero la falta de respeto a la madre tierra y los pozos ilegales (más de mil), como en otros lugares de España, la siguen desecando. Toda la cabecera del Guadalquivir (y de tantos otros ríos) se ha llenado de olivos (adiós a la biodiversidad) y convertido en desierto. El río se ha vuelto turbio y han destrozado sus laderas. De los 120 mil gansos comunes que bajaban a Doñana ahora no llegan ni 10 mil. Hace 60 años niños noruegos lucharon para salvar a sus gansos salvajes, que se iban a quedar sin refugio porque las marismas del sur iban a ser desecadas a base de plantaciones de eucaliptos y pinos. Hoy la madre tierra clama y no la salva ni las sentencias judiciales en su defensa. Ya hay niños que no han visto ni un río. Nos queda Europa, menos mal, porque aquí vamos por una senda que nos lleva al desierto.

Impreso desde www.manueljulia.com el día 03/06/2023 a las 20:06h.