09/04/2023
En la profunda oscuridad de la noche del Viernes Santo las velas son aullidos de luz en la penumbra. Escriben palabras sombrías o palabras hermosas. Los haces de luz iluminan los geranios de los balcones y miles de retinas que miran a un cristo lleno de agonía y sangre. La cruz, elevada sobre los cabellos relucientes que la miran, se balancea sobre el pequeño vacío de las calles estrechas, casi rozando los brazos abiertos de los fervientes espectadores que quisieran agarrarla para abrazar el cuerpo clavado en ella y quitar esa corona de espinas. Entre el repicar de los tambores y la solemnidad de las trompetas, la música canta en la noche el dolor del mundo. Se despliega el suave ámbar de los faroles sobre el rostro lleno de sangre que lo sufre. En su mirada está todo el dolor de la historia y todo el dolor de hoy y de mañana, dice un padre a su hijo rompiendo ese silencio sonoro que apresa la melancolía del día más triste de la Semana Santa. En quienes sienten la fe reina la angustia del amado. En algunas calles que rodean la procesión se oye el rumor de las vacaciones como una sinfonía de risas y danzas paganas.
Cuando el Cristo penetra por calles más solitarias, alguien canta una saeta. "Qué angustia la de esta Madre viendo morir a su Hijo, sin hallar consuelo en nadie, contemplando el sacrificio que mandó el Eterno Padre. ¡Cuanta angustia, madre mía padece mi corazón contemplando en este día la muerte de tu hijo Dios en tan terrible agonía!". La canta una mujer desde un balcón, de unos cuarenta años, y cada palabra atrapa el silencio para volverlo más solemne, cada grito ahogado rompe una cadena en el alma de la gente, cada dolor de voz en la noche es una brazada de melancolía multitudinaria. Recuerdo hace años en Córdoba, en una procesión lluviosa, sonar otra saeta mojada por la bruma de las farolas. Por ella pensé en ese Cristo machadiano del que hablaba, el que renacía en mi mente encontrando más alta luz que la agónica de las velas.
Hoy, cuando el Domingo de Resurrección ha enterrado esa agonía y forja en los que creen en el mensaje de Cristo una felicidad espiritual, hago más mía esa saeta machadiana. "¡Cantar de la tierra mía, que echa flores al Jesús de la agonía, y es la fe de mis mayores! ¡Oh, no eres tú mi cantar! ¡No puedo cantar, ni quiero a ese Jesús del madero, sino al que anduvo en el mar!". El que resucitó creando la más hermosa percepción del Cristianismo bueno (como en el colesterol hay uno bueno y uno malo): el vencimiento de la muerte, la conquista de esa trascendencia que los humanos no podemos dejar de sentir.
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